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LA GRAN NOTICIA

  • Foto del escritor: Hermón
    Hermón
  • 23 ene 2020
  • 2 Min. de lectura

«¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra entre los hombres que gozan de su favor!». (Lc. 12:14) La llegada del tiempo de Adviento y de la Navidad puede representar un dilema. Por un lado, estamos deseosos de conmemorar el nacimiento de Jesús junto a nuestros familiares, demostrar generosidad, tomar unos días de descanso y retirarnos de nuestro frenético ritmo de vida. Muchos estamos ansiosos por pensar en la maravilla y en la importancia de la encarnación del Hijo de Dios, quien se identificó con nuestros dolores y se entregó para sanar nuestras heridas más profundas. Pero, por otro lado, nos puede llegar a resultar difícil saber cómo asumir la plenitud de esta historia si las circunstancias de nuestra vida son un duro contraste con la felicidad de esta temporada. ¿Cómo podemos celebrar con tranquilidad el 25 de diciembre cuando vemos que este mundo puede ser un lugar triste? ¿Qué del dolor entrelazado con tantas situaciones difíciles que vive hoy la humanidad? ¿Y cómo lidiar con el materialismo en esta época del año? Hay quienes sugieren que abandonemos por completo la práctica de hacer regalos, que está manchada irremediablemente por el consumismo desbocado. Que quizás sea mejor bajar el tono de los festejos. Sin embargo, desde el comienzo, la Navidad ha sido fundamentalmente alegría. En la primera noche del jolgorio de la Navidad, un ángel radiante se apareció a un grupo de pastores que se ocupaban de lo suyo, acampados bajo las estrellas y guardando sus rebaños. De repente, “se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor”. Los pastores cayeron de rodillas. “Tuvieron gran temor”, dice Lucas (Lucas 2:8,9). Por supuesto que lo tuvieron. Al ver el temblor de los pastores, el mensajero celestial les dijo: “No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo” (Lucas 2:10). El ángel quería dar dos informaciones esenciales a esos aterrorizados hombres: Primero, que no tuvieran temor; y segundo, que la buena noticia de Dios iba a inundar al mundo de felicidad. Estas ideas van en contra de los mensajes con que somos bombardeados a menudo: 1) Que tengamos miedo, 2) Que si en este mundo puede encontrarse la felicidad verdadera (lo cual es poco probable), tendremos que hallarla nosotros mismos. Por supuesto, el ángel era capaz de hablar con tanta claridad porque tenía la certeza de alguien que conocía el poder impresionante que acompaña la llegada de Dios. Y en Belén, en ese día, el ángel anunció que había nacido el “Salvador, que es Cristo el Señor” (Lucas 2:11). Siempre que Dios llega, las cosas cambian, y la alegría se desata. Puede parecer que el caos o la incertidumbre tienen el control, pero Dios está con nosotros y Él cuenta una historia diferente. La tristeza, la decepción o la ansiedad pueden acosarnos durante un tiempo, pero gracias a que el Señor está con nosotros, el gozo se impone. Por eso, cada vez que cantamos “¡Al Mundo Paz, Nació Jesús!”, debemos expresarlo con vigor verdadero, porque es una excelente noticia para el mundo de que algo maravilloso ha sucedido




 
 
 

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